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viernes, 27 de abril de 2018

La última luz.



Este es el segundo relato de piratas que escribo, no creo que sea mucho de mi estilo, pero siempre me han gustado las historias de estos ladrones de mar, como si nunca hubieran existido, formando parte de nuestra imaginación aventurera, como si solo fueran parte de dibujos animados o películas de Disney... Por lo que comprendo perfectamente que sea tan irresistible mezclar sus auténticas historias con alguna que otra que salen de nuestra imaginación. Aquí os va la mía.

Restos del naufragio del Urca de Lima (Santísima Trinidad) en la serie Black Sails.
LA ULTIMA LUZ.

El agua del cubo volvía a estar sucia después de enjuagar la bayeta, siempre igual… Billy ya ni sabía la cantidad de agua que gastaba solo en limpiar la barra de aquella tasca, y mejor no pensarlo, ya que seguramente afectaba sus escasas ganancias.
Ya algo cansado, el joven volvió a pasar el sucio trapo por la barra otra vez, su superficie ya no estaba lisa, sino bastante descascarillada por algunas partes, recuerdo de las innumerables hojas que portaban sus clientes. Por otras partes, incluso parecía que le nacían esa clase de líquenes que crecen en las enormes panzas de los barcos, como los que llevaba observando toda la vida a través de las ventanas de la taberna. Años antes de que naciera, su padre había invertido toda su fortuna y esfuerzos en levantar aquel lugar para que los marineros descansaran o llenaran sus estómagos antes de volver a hacerse a la mar.
Nueva Providencia era un lugar bastante frecuentado por viajeros que solo iban de paso, pero también por algunos comerciantes, sobre todo desde que se había convertido en uno de los puntos clave del comercio trasatlántico de la corona de España, rodeado de varios fuertes para su defensa. Debido a todo el oro y riquezas que partían de aquellos muelles, no eran pocos los piratas que acechaban por toda la bahía, pero por suerte, ya hacía varios años que en aquel local no tenía lugar ninguna escena desagradable, y aquello inspiraba cierta tranquilidad. Otra cosa era dejar de ver a ciertos tipejos curiosos deambulando por el lugar, como el que aquella noche ocupaba la mesa más alejada a la barra.
Sus manos enormes sujetaban una jarra plateada con bastante inestabilidad, de hecho, ya hacía varios minutos que no lo veía llevársela a la boca. Si no hubiera sido porque el ala de su sombrero le tapaba los ojos,  hubiera jurado que estaba dormido. Su escaso cabello, de mechones blancos tan finos que parecían de seda, enmarcaban un rostro que mostraba un aspecto bastante enrojecido y brisado. Aquel hombre también estaba cubierto por un grueso abrigo de lana de color azul marino, cuyos bajos contaban con antiguas y numerosas manchas de sal.
Una por una, Billy fue limpiado las pocas mesas del salón, procurando hacer más ruido de la cuenta para despertar al rezagado. Pero éste no se movió.
El joven, una vez hubo llegado junto a él, le preguntó:
—Señor, ya es casi la hora de cerrar. ¿Va a querer también una coma o se irá ya?
Aquel hombre levanto lentamente la cabeza hacia él, mirándolo con unos ojos enrojecidos de embriaguez, y acompañados de una sonrisa desdentada.
—Lo siento, chico. Ni siquiera me había dado cuenta de que me había quedado solo. —Le respondió con una voz cansada pero amigable.
Billy volvió a sonreírle, esperando a que le pagara de una vez para poder irse a la cama. Pero aquel hombre no se movió, simplemente se quedó mirando, a través de los cristales, a los grandes navíos que estaban atracados en el muelle.
—Disculpe, señor… ¿Qué es lo que va a hacer? —preguntó de nuevo, aquella vez con más impaciencia.
—Lo cierto es que… —El extraño cliente lo volvió a mirar, le volvió a sonreír —.Lo cierto es que me gustaría tomar un poco más de ron.
—Ya es bastante tarde…
—Te compensaré.
—¿Cómo?
—¿Te gustan las historias de fantasmas? Tengo una muy interesante que podría contar…
—¿Una historia de fantasmas? —Realmente, aquellos temas siempre habían sido del agrado y habían llamado la atención de Billy, sobre todo antes de irse a la cama, ya que irse a dormir acompañado de un libro de fantasmas era  su momento favorito del día. Durante toda su vida, sobre todo al regentar un lugar como el Corsario había tenido la oportunidad de oír muchas de ellas, mas leyendas que otra cosa, y si algo había podido comprobar era que las mejores historias siempre venían de los hombres más curiosos, por lo que aquella propuesta no le pareció mala del todo.
—¿La quieres escuchar o no? —Volvió a preguntar el cliente.
El joven vaciló unos instantes, pero después se dejó caer cansadamente en una de las sillas.
—Claro, le escucho.
Pero el cliente no habló, solo sonrió, empujando lentamente su vaso hacía él, como quien no quiere la cosa.
—¡Oh, disculpe! Ahora mismo se la lleno —dijo dando un brinco.
—Trae otra para ti también. Te apetecerá, ya lo verás. Además, la historia lo vale.
No sabía por qué, pero sentía que aquella historia tendría algo de especial, quizá sería por las ganas que tenía de escuchar un buen cuento antes de irse a dormir. Fuera como fuera, le apetecía escuchar algo aquella noche.
Billy llenó hasta el borde dos jarras nuevas, ya que los vasos estaban todos sucios, y agarró una nueva botella de ron. Después, apagó todas las velas que iluminaban la barra, menos una, la que lo acompañaría a la mesa. No quería que aquella luz fuera el reclamo de más clientes rezagados, y mucho menos que interrumpieran su historia. Al volver a la mesa preparado para la tertulia descubrió que su cliente volvía a estar mirando a los barcos del muelle, prácticamente obnubilado.
—¿Le gustan los barcos? —preguntó a la vez que se volvía a sentar en la silla frente a él.
—Claro, desde niño. Siempre me impresionaron los buques europeos —respondió el hombre, cuyos ojos se abrieron muchísimo al ver la vela que Billy dejaba sobre la mesa.
—Hace poco oí hablar de esos tan grandes que desaparecieron antes de que el rey pudiera recuperarlos, como el Santísima Trinidad —apuntó el joven, que a pesar de percatarse, no le dio importancia a aquel gesto de su cliente.
—Oh, la Urca de Lima… Nunca antes había un barco con la panza tan llena de oro. Tuve la oportunidad de poder verlo una vez mientras para los ojos de los demás seguía siendo una leyenda. Fue el barco más grande que he podido ver en la vida… Incluso hoy, tantos años después, no he vuelto a ver ninguno que se le acercara en tamaño. Y ¿sabes? Precisamente de ese navío habla la historia.
—Eh… Pero yo no he nombrado al Urca de Lima.
El cliente dejó escapar una sonora carcajada.
—Oh, chico… Urca de Lima, Santísima Trinidad… Se trata del mismo barco, solo que como Urca solo lo conocen los piratas.
—¿Es usted pirata?
—¿Qué más da? Te voy a contar una buena historia, ¿no es verdad? —dijo sonriendo, cogiendo la jarra más cercana y llevándosela a la boca.
A Billy, en realidad, poco le importaba aquel detalle. Pirata o no, no parecía más problemático que muchos con los que había tenido la desgracia de toparse.
A aquel hombre no parecían importarle las muestras de nerviosismo del joven tabernero por escuchar la historia, es más, parecía disfrutar al causarle más incertidumbre su cabe. Después de acomodarse como pudo en aquella pequeña silla, encendió una pequeña pipa de arcilla que extrajo de su bolsillo. Billy aprovechó aquel momento para cerrar una de las ventanas que tenían más cerca, empezaba a hacer frío. Al cerrarla no pudo evitar que una pequeña ráfaga de aire entrara en la taberna, apagando la vela que había dejado sobre la mesa. Antes de que pudiera ir en busca de una cerilla, el “cuentacuentos” le hizo una señal para que no se molestara, y con la misma cerilla de su pipa le volvió a dar vida al pequeño cirio. Tras dar una primera y honda calada, empezó a relatar:
—Las lenguas dicen que aquella tormenta fue la más fuerte en años, muchos barcos desaparecieron en la mar, arrastrando a toda alma que albergaban directamente al cofre de Davy Jones. Uno de los pocos navíos que sobrevivió en aquellas aguas fue el Argos, un buque inglés, ni grande ni pequeño, destinado al tráfico de esclavos, y el mismo que solo dos años antes había sido tomado por el fiero Capitán Edward Low, al que, por suerte o desgracia, tuve la suerte de conocer.
—¿Low? ¿Ned Low? –preguntó el joven con curiosidad—. Recuerdo ese nombre… Siempre se contaron historias sobre su frialdad y crueldad, ¿es cierto?
Aquel hombre sonrió enigmáticamente, como si disfrutara con la pregunta que acababan de hacerle.
—Oh, sí… Era verdaderamente sanguinario, le encantaba torturar a sus enemigos. En una ocasión yo mismo pude ver cómo le cortaba las orejas a un pobre desgraciado que solamente había osado hacerle trampas en una partida de cartas, para luego dárselas de comer con sal y pimienta.
Aquel dato no lo conocía, y debió de ser bastante evidente debido a la cara de asco que tuvo que poner, ya que aquel cuentacuentos estalló en carcajadas nada más ver su reacción. El viejo dio otro largo trago al ron y siguió hablando:
—Sí, era realmente cruel, pero no fue aquella la mayor tortura que vi a bordo del Argos. Pues esta historia empieza con el avistamiento de un náufrago español, un desgraciado casi muerto que pudimos divisar justo al día siguiente de pasar aquella tormenta.
         >>En un principio, Low se mostró reacio a subirlo a bordo, pero después de pensarlo unos minutos, ordenó sacarlo del agua para poder hablar con él. Aquella tormenta podría haberse llevado por delante a más de un barco, y quizá, con un poco de suerte, uno de ellos fuera de los que cargaban parte del oro que tan desesperadamente quería recuperar España. Después de ofrecerle algunas prendas de ropa seca, algunas de ellas más harapos que otra cosa, y algo de comer y de beber, el español fue llevado ante Low. No he visto a nadie más nervioso y asustado en mi vida como aquel hombre.
         >>Por la vestimenta que llevaba al ser encontrado, pudimos deducir que era un grumete español, uno de los muchos encargados de custodiar el oro que debía de ir de vuelta a España. Por aquel entonces, y como bien sabes, el rey de España estaba prácticamente en bancarrota y solo deseaba recuperar todo el dinero robado por los piratas ingleses en sus tierras. Efectivamente, tuvimos suerte con aquel náufrago, ya que había viajado nada más y nada menos que en el mismísimo Urca de Lima, y a través de él fue como nos enteramos de su desgraciado destino, aunque no tan desgraciado para nosotros. Según nos pudo contar, tanto el gran galeón como los otros dos buques que formaban su escolta hacia la madre patria, habían sido arrastrados por el fuerte viento de la tormenta hasta encallar en una playa, lo que significaba que en aquel momento todo el oro que portaba se encontraba en aquella arena, de momento, sin posibilidad de ayuda, y teníamos a bordo de nuestro barco al que, de momento, parecía ser el  único hombre que conocía la ubicación de aquella isla.
         >>Fue él mismo el que nos guío hacia ella, a menos de un día de camino. A todos nosotros se nos hizo la boca agua nada más ver aquellos barcos encallados en una rocosa cala, aún recuerdo la cara de mis compañeros cuando descubrimos el barco más grande que habíamos visto jamás, prácticamente partido en dos, descansando en aquella playa.
         >>Sus velas blancas y raídas estaban semienterradas en la arena, su casco estaba visiblemente abierto de lado a lado, como si un certero y seco golpe con las piedras lo hubiera abierto como un huevo, desparramando todo su dorado interior como si se tratara de las vísceras de un enemigo. La enorme bandera blanca y roja aún ondeaba en su popa, era la tela que menos había sufrido la furia de la tormenta, ondeando como una enorme e inmensa sábana en la que destacaba una cruz roja que debió de ser un orgullo a la hora de navegar. Los otros dos buques, su escolta, permanecían en el otro extremo de la isla, la parte más rocosa, su aspecto estaba mucho mejor que el del Urca, pero ya por muchos arreglos que se les hicieran, ninguno de los dos volvería a navegar jamás.
—¿Y el oro español? —preguntó impaciente el chico, la historia le estaba resultando tan entretenida que ya iba por su segundo baso de ron sin apenas haberse dado cuenta.
—El oro… No había ni rastro del oro, ni de él ni de ninguno de los tripulantes de los barcos. Solo pudimos encontrar dos o tres doblones casi enterrados por la arena, y algún que otro cadáver que empezaba a ser picoteado por las gaviotas o los cangrejos. Rápidamente le preguntamos a nuestro guía, que nos dijo que seguramente hubieran escondido la fortuna en el interior de la cueva que se encontraba bajo la montaña, la misma que presidía la pequeña isla, por miedo a ser asediados por los piratas.
         >>Y así era, ya que los grandes baúles y cofres cargados de oro habían dejado unos grandes surcos en la arena mientras lo arrastraban a su escondite. Debían de ser unas cajas bastante grandes, desde luego, las leyendas sobre el Urca eran ciertas, por lo que no tuvimos problemas al seguir el rastro hasta la cueva. Seguramente, los supervivientes habían intentado alejar, en un acto de desesperación, a su tan valioso botín de aquellas aguas dominadas por ladrones.
         >>Nosotros ya habíamos tenido la oportunidad de conocer aquellas costas en alguna oportunidad anterior, pertenecía a un pequeño archipiélago que realmente parecía maldito, ya que muchos de los barcos poco experimentados habían quedado encallados en sus bancos de arena. Por aquella razón, también sabíamos que aquella cueva contaba con una entrada trasera, una entrada que daba a la gran cueva que formaban las entrañas de la montaña, y que seguramente los españoles hubieron tomado por el escondite perfecto…
         >>Nos descubrimos rezando algunas oraciones antes de entrar en la cueva, todo fuera porque los españoles aun continuaran solos con su preciado oro, aunque aquello a Ned Low poco le importaba, ya que su mera presencia bastaba para que muchos enemigos se retiraran por si solos de cualquier lugar. Lamentablemente, se nos habían adelantado…
         >>Aquella cueva era impresionante, por muchas veces que hubiera entrado en ella, nunca dejarían de sorprenderme sus altos techos salpicados de estalactitas, afiladas como sables corrompidos, como si fueran gotas de óxido que poco a poco se desprendían de su materia original. La luz del sol solamente podía entrar por la entrada que te acabo de comentar, no por la que tomamos nosotros, por lo que gran parte de sus rincones permanecían en penumbra. Justo sobre aquella lengua de luz descubrimos a La Peregrina, cuyo capitán, Dann Max, no teníamos el gusto de conocer en persona, pero si a su bandera, al haber coincidido ya varias veces con ella en otros puertos, como el de Nassau. Pero descubrir aquel navío fue solo la primera de nuestras sorpresas, ya que la segunda llego cuando, al subir a bordo, su tripulación nos recibiera como seres verdaderamente venidos del cielo, en lugar de vernos como una infernal competencia con la que ahora tendrían que compartir el botín. Todos aquellos hombres parecían estar sumergidos en un estado de shock que se dejaba ver en sus caras, ya que sus ojos estaban enrojecidos y desorbitados por el miedo… Cuando ambos capitanes estuvieron frente a frente, Low preguntó por los españoles, como respuesta solo obtuvo un gesto de Max, que señalaba hacía la penumbra que se abría ante ellos.
         >>Toda la tripulación miró hacia la dirección que marcaba su tembloroso dedo, y para nuestro asombro, descubrimos a un grupo de no más de treinta hombres que no debían de estar a más de veinte metros de nosotros, todos ellos empapados, sucios y hambrientos, sentados sobre unas enormes cajas de madera.
         >>Ninguno de nosotros tubo la más mínima duda de que aquellas arcas contenían el oro del Urca, y mucho menos después de ver los restos dorado que había dejado una de ellas después de haberse hecho astillas contra las rocas de la cueva. Las monedas parecían resplandecer bajo el agua transparente de aquella zona poco profunda.
         >>Sin terminar de comprender la situación, Low le preguntó a Max que a qué estaban esperando para atacar al enemigo, ya que su pólvora estaba mojada, ¡tenían en sus manos la oportunidad perfecta para acabar con ellos y hacerse con el tesoro! Pero aquel hombre solamente lo miró con expresión de terror, acompañada de una mueca que parecía decir: “¡Estás loco!”
—Es por ella… —dijo simplemente, para después dejarse caer sobre la barandilla de La Peregrina.
—¿Ella? ¿Quién es ella? —preguntó nervioso nuestro capitán.
>>Para el asombro de todos, un canto débil empezó a sonar, produciendo un tenebroso eco al chocar contra la piedra. Ni uno solo de los rincones de la cueva se quedó sin rozar por él, haciéndoles llegar una voz tan dulce y angelical como lo deben ser las de las sirenas, de esas típicas que siempre han sonado en nuestra imaginación al fantasear con sus cantos. Al principio nos costó verla, pero poco a poco la forma de una mujer, apenas una silueta incorpórea, empezó a acercarse a nosotros. Toda ella era traslúcida, dejando ver todo lo que quedaba a su espalda. Llevaba un vestido blanco con bordados dorados, los típicos trapos que diferenciaban a las altas damas españolas de las indígenas del nuevo mundo. Su rostro parecía triste, y tan surcado por las lágrimas que, además de inundar sus mejillas, daba la sensación de que toda ella estaba empapada. Avanzaba con pasos lentos, como si realmente tuviera miedo de tropezar. Su largo cabello caía a su espalda, como una cascada de agua que terminaba en cabezas de serpiente, como si cada uno de sus mechones tuviera vida propia, como tentáculos que se movían solo a merced de su señora.
>>Quizá nos quedamos embobados durante demasiado tiempo, pero te aseguro, chico, que su aspecto no era para menos… Para cuando nos quisimos dar cuenta, unas velas nos robaron la poca luz del sol que nos llegaba. Habían llegado los refuerzos españoles, y nosotros estábamos dentro de la cueva…
         >>No tardaron en hundir a La peregrina, dejando al Argos para el final. Después del asedio, su aspecto era más lamentable que el del propio Urca. Fueron pocos los hombres que se atrevieron a pelear, pues los españoles nos ganaban en número haciendo que nuestra tripulación y la de Max fueran cayendo poco a poco, como si una fuerza ajena a ellos los hubiera llevado hasta aquel lugar, en el que encontrarían la muerte… Sé que puede parecer fantasioso, pero créeme, chico, cuando vives cada día de tu vida con la muerte pegada a los talones, ten por seguro de que ésta se encargara de mandarte señales para que nunca te olvides de que está ahí.
>>Los españoles eran como guerreros bajo las órdenes de un fiero emperador, uno solo de ellos podía enfrentarse a cinco de nosotros sin apenas ser rozado, o ni siquiera podíamos saber eso, ya que sus malditos abrigos rojos nos impedían saber si los estábamos hiriendo. Eran como seres inmortales….
Billy estaba totalmente atrapado por aquella historia, ya fuera porque tenía algo que la hacía más real que muchas de las que había tenido la oportunidad de leer o escuchar, o por la habilidad tan maravillosa de narrar que tenía aquel hombre.
—¿Qué paso con Low? —preguntó casi sin darse cuenta, deseando escuchar aquel tremendo aunque esperado final.
El particular cuentacuentos se sirvió otra copa de ron, echando una fugaz mirada de reojo a la ya casi apagada vela que estaba sobre la mesa.  Aquella especial mirada no pasó desapercibida para Billy.
—El viejo Low no acabó bien… —dijo tras dar el primer trago.
—Lo sé, por aquí se escuchan historias que dicen que ninguno de los hombres de su tripulación sobrevivió, y que a él no se le ha vuelto a ver desde entonces. Lo que no recuerdo con exactitud es el motivo de sus muertes… Pero a mí lo que de verdad me quita el sueño es el paradero del pirata más temido de todo el Caribe. Quitando a Barbanegra, claro.
El hombre sonrió con agrado, como si de alguna manera aquellas palabras lo hubieran halagado. Dio otro largo trago de alcohol, sus ojos ya estaban prácticamente cerrados por la embriaguez, dando la sensación de que en cualquier momento se derrumbaría.
—Pues ya sabes las dos cosas, chico… La vida de Low fue perdonada por una bruja gitana que viajaba en uno de aquellos galeones. No es raro encontrártelas en las naves que viajan a las Américas, como si de alguna manera los españoles creyeran que protegían sus destinos en el mar. Ahora que lo pienso, seguramente fuera ella la responsable de aquella visión fantasmal que tuvimos en la cueva…
>>Aquella mujer maldijo a Low con una vida eterna, destinada a vagabundear de un lado a otro, sin barco, sin hombres… Sin tener opción de acceso a cualquier trabajo que no fuera la piratería, pero para eso necesitaba un barco, una tripulación, y dinero… Sobre todo dinero…  
—¿Ha dicho una vida eterna? ¿Cómo eterna?
El borracho se inclinó sobre la mesa y se acercó a él, susurrándole unas últimas palabras al oído, como compartiendo un oscuro secreto con él…
—Aquella gitana, la misma que maldijo a Low con una vida eterna, también puso en sus manos la única manera de terminarla… Según ella, la amarga existencia del capitán terminaría cuando él mismo, con sus propias manos, encendiera la llama de una vela de cera, la misma que debería dejar consumir completamente, ya que su vida se extinguiría al mismo tiempo que su llama.
   >>Un destino algo más vikingo que pirata, ¿no crees?
De pronto, una fría ráfaga de viento abrió una de las ventanas, barriendo la mesa de la tertulia, y apagando la única vela que la iluminaba, dejándolos inmersos en una oscuridad helada. Billy se levantó rápidamente para volver a cerrarla, pero solo para comprobar que ésta seguía cerrada, como si una fuerza sobrenatural hubiera querido que aquella ráfaga los azotara. Cuando volvió de nuevo hacia la mesa, su cliente había desaparecido…

2 comentarios:

  1. Jo, tremendo relato, Ana. Lo que siempre destaco de tus historias es el gran trabajo que existe detrás para dotarlas de verosimilitud. Y no solo en la historia de fondo, sino en el léxico que utilizas. Este relato huele a piratas, a marineros... Una historia que puede verse, que puede leerse mientras en nuestra mente se forman las imágenes, como una película. Justo el tipo de relato que yo disfruto de verdad. Chapeau, Ana!! Un fuerte abrazo!!

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    1. ¡Muchas gracias, David! Este es un relato que se me vino a la cabeza de un momento a otro y no pude evitar escribirla, además, ¡siempre me gustaron las historias de piratas! Y no soy muy propensa a escribirlas, la verdad.
      Con estos personajes me pasa como con Jack el Destripador, ya que por mucho que se conjeture sobre quien pudo ser, no podremos llegar a saber nunca más de lo que sabemos ahora. A saber todas las historias dignas de contar y que se han perdido de las vividas en el Caribe durante aquellos años. Ademas, me alegra que me digas que mis palabras te han ayudado a formar las imagenes en tu cabeza, ¡precisamente eso era lo que quería lograr! Jajajajaja, los autores a los que más admiro son los que producen exactamente eso en mí, y aunque no creo que alguna vez les llegue a la altura del zapato, al menos esperaba poder priducir aunque fuera un mínimo de esa sensación en mis lectores.
      ¡Un besote!

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