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sábado, 2 de diciembre de 2017

Ataudes voladores III


¡Hola a todos!

Por numerosos motivos me he visto verdaderamente imposibilitada a seguir publicando contenido en el blog, especialmente el desenlace de este relato de misterio que empecé hace tanto tiempo. Desde aquí daros las gracias a todos por haber permanecido ahí, os lo agradezco muchísimo ¡y espero no decepcionaros con este final!
¡Un besote enorme a todos!







ATAUDES VOLADORES III


  Encendí la pequeña lámpara que había en una mesita junto a ella, su luz iluminó especialmente la esquina de la estantería donde mi abuela había dejado la vitrina. Parecía llamarme, tenía que verla…
  Lentamente terminé de retirar los libros que escondían aquel pequeño expositor, el temblor de mis manos seguía el ritmo de mi corazón, lo único que me dominaba en aquel momento. Una vez estuvo ante mí la cogí con todo el cuidado con el que fui capaz, como si estuviera sosteniendo el objeto más valioso y espectacular que había sobre la tierra, y precisamente eso era lo que aquella cabeza significaba para mí en aquel momento.
  Suavemente la dejé sobre la mesita, exactamente bajo la lámpara que acababa de encender, entonces pude apreciar mejor todos los detalles de aquel rostro… Sus ojos cosidos daban la sensación de haber sido enormes en vida, al igual que su nariz, sus labios eran más bien finos, casi como si fueran dos gusanos sobre la piel arrugada. Era evidente que su cabello había sido teñido de color rojo y después trenzado según la costumbre de aquellas tribus, ya que todas y cada una de ellas, según había podido leer en internet, tenían su propia costumbre a la hora de peinarse, tanto ellos mismos como a sus enemigos caídos a la hora de darles la sepultura que creían que merecían.
  —Es increíble, parece de juguete… —susurré asombrado por la idea de que aquello que tenía ante mí un día había hablado, había observado, había olido y había comido como lo haría un hombre normal. Me parecía increíble que un ser humano pudiera tener en su poder algo que tan íntimamente le había pertenecido a otro durante toda su vida. Realmente, aquello te podía dar una idea de la sensación de poder que habrían llegado a sentir los poseedores de alguna de esas cabezas.
  Decidido, retiré la vitrina que la cubría, quería tocarla… No pude evitar sentir la sensación de que se desharía como la ceniza si retiraba el cristal, ya que mi abuela simplemente había pasado la bayeta sobre él, no lo había retirado. Pero evidentemente, aquello no ocurrió. Tal y como me había imaginado, su piel era rugosa al tacto, como la superficie de una nuez. No sabía por qué, pero era como si violara la intimidad de alguien al hacer aquello, sentía como si de alguna manera no tuviera derecho a tocarla, por lo que retiré mis dedos inmediatamente, no la volví a tocar… Pero sí me quedé observándola detenidamente durante varios minutos, estaba fascinado, nunca había visto ni vería nada igual. Sus parpados estaban cosidos con un hilo finísimo, seguramente hecho con tripas de animal, me pregunté qué clase de persona sería capaz de coser los ojos de un enemigo, aunque hubiera sido con la delicadeza que aún se apreciaba.
  Sin darme cuenta y sin querer, fallé en el intento de volver a cubrirla con el cristal, golpeándola no muy fuerte con él, pero lo suficiente como para hacerla caer del ….. que la sujetaba verticalmente. La siniestra cabeza rodó sobre la alfombra ante mi mirada pasmada, en un principio temí que se colara debajo de algún mueble y no la pudiera volver a coger, pero afortunadamente, topó con la pata de un sillón y se detuvo.
  Como alma que lleva el diablo, e igual de rápido que hubiera corrido si algún tipo de delincuente o secuestrador me estuviera persiguiendo, corrí a por ella. En aquel momento sí que tenía miedo, y me sentía mal… Un mayor sentimiento de culpa calló sobre mí como una lluvia de plomo, no debería haber entrado en aquella biblioteca sin el permiso de mi abuelo, ni de mi abuela… Tampoco debería haber tocado aquella cabeza, no debería haber retirado el cristal, lo único que aún preservaba algo de la intimidad a aquel a quien algún día perteneció. Me sentía fatal, me sentía un intruso, un usurpador…
  Con un cariño casi paternal la recogí del suelo y la estudié, descubriendo aliviado que no había sufrido ningún tipo de daño o rasguño, su expresión seguía siendo serena, suave, muerta… Pero si hubo algo que llamo mi atención, algo que no había visto antes, un pequeño rollito de piel que asomaba por debajo de ella, asomando fuera del hueco que hubiera sido su cuello.
  Con todo el cuidado del mundo lo cogí, este estaba cuidadosamente enrollado y atado con un pequeño cordel, pero como un diminuto pergamino que había permanecido todo aquel tiempo dentro de la cabeza.
  La curiosidad pudo más que yo, y me dispuse a abrirlo, pero justo en aquel momento, el sonido de unos pasos en el pasillo hicieron saltar mi corazón, por lo que me apresuré a devolver la cabeza a la vitrina oculta por los libros de aquella estantería, pero me llevé el pergamino conmigo. No me juzguéis, sé que me mentiríais al decirme que en aquel momento no hubierais hecho lo mismo que yo.
  Intentando hacer el mínimo ruido posible abrí la puerta de la habitación y me asomé al pasillo. La luz de la cocina estaba encendida, seguramente mi abuela se había levantado como hacía tantas noches, ya que a veces un té la ayuda a dormir mejor. Sin apartar la mirada de la puerta de la cocina, me escabullí escaleras arriba como un ratón. Hasta que no llegué a mi cuarto no respiré tranquilo, o más o menos…
  Lo que había grabado en aquel trocito de piel no eran letras, ni siquiera parecían runas antiguas o alguna especie de jeroglíficos que pudieran ser de alguna manera traducidos en un texto, en realidad solo contenía un dibujo… Un dibujo del que, tras haber visto tantos y pertenecientes a diversas culturas, no tuve ninguna duda de que representaba a una deidad. Todas esas clases de símbolos que representaciones de ídolos tenían algo en común; una figura grande, rodeada de muchas más pequeñas que simbolizaban a los mortales…
  El perfil de aquella figura, ya bastante desgastado por el tiempo, dejaba ver todavía algo que me hizo temblar… En su mano derecha, la misma que tenía levantada por encima de la cabeza, portaba lo que no tardé ni dos segundos en identificar como una cabeza reducida, igual que la de mi abuelo, igual que la que acababa de tener entre mis manos, igual que la que acababa de acariciar…
  Después de ver aquello sentía unas ganas horrorosas de deshacerme de aquel pergamino, incluso deseé no haberlo tocado. ¿Por qué lo había tenido que coger? ¿Qué significaba? ¿Por qué lo había encontrado allí dentro del regalo que aquel jefe caníbal le había hecho a mi abuelo? ¿Tenía que ver realmente con una divinidad? ¿Mi abuelo sabía, o supo alguna vez, de la existencia de tal nota?
  Con manos aún más temblorosas que antes, volví a doblar la piel y la escondí dentro de una de mis zapatillas. Sabía que debía devolverlo al lugar en el que lo había encontrado, además, por mi mente empezaban a pasar un sinfín de ideas desagradables, pero aquel no era el momento, ya que mi abuela estaba desvelada y andaba por la planta de abajo, y yo no quería ni mantener un solo contacto visual más con aquella cosa.
Lo peor no fue volver a meterme en la cama sabiendo que aquello estaba en mi cuarto, lo peor fue el creer que de alguna manera podría haber despertado algo al sacar aquel pergamino de la cabeza.



  Cuando me desperté el sol ya asomaba por la ventana. Nada más abrir los ojos sentí que me dolía la cabeza, y sentía todo el cuerpo como si me hubieran pateado. No había dormido nada de bien.
  Miré el despertador, eran las siete y media. Aún quedaba al menos media hora para que mis abuelos se levantaran, era el momento perfecto para devolver el pergamino.
  A trompicones bajé las escaleras, aún hoy no me explico cómo no salí rodando escalones abajo de los nervios que tenía, y corriendo abrí la puerta de la biblioteca, lo que vi dentro me paró el corazón…
  Aquella cabeza, cuyas costuras de ojos y boca había desaparecido mágicamente, me observaba con ojos llameantes, casi amenazantes desde el escritorio de madera, y pareció sonreír cuando me vio entrar en la habitación. Creo que nunca seré capaz de encontrar las palabras adecuadas para describir aquella sonrisa, aquella mueca infernal y diabólica… Y en realidad es mejor así, pues realmente me apiadaría de aquel al quien llegara a describir tal faz.
  Pero, por increíble que parezca, aquello no fue lo que me hizo temblar de verdad, ya que al bajar la mirada hacia el suelo pude descubrir el cuerpo inerte de mi abuelo, tumbado boca abajo sobre la alfombra persa. Bueno… Si es correcto decir la expresión “boca abajo”, ya que no tenía cabeza… Entonces, como a causa de una bofetada, lo comprendí todo.
  La traición de esos espíritus de piel blanca había acabado, aquella era su función, su única función. Y solo yo había sido el culpable de liberar aquella fuerza.

No me atreví a acercarme, solamente fui capaz de cerrar la puerta y alejarme pasillo abajo. Quizá sea porque me averguenza reconocer mi cobardía, pero hasta hoy no sabría decir si huí por temor o por respeto, puede que por las dos cosas… Después de todo, ¿quién sabe si las maldiciones son reales? ¿Quién sabe quiénes son los verdaderos dioses? Quizá los más antiguos son más auténticos de lo que creemos…

4 comentarios:

  1. Hola Ana
    Yo también he estado un poco perdido estos últimos meses, sin publicar nada ni leer. Te comprendo perfectamente. Me alegro mucho de verte por aquí y, aunque el tiempo es un bien que se cotiza muy alto, espero que de vez en cuando saques algún ratillo para regalarnos alguno de tus relatos.
    Me encantaron aquellos dedicados y todavía me acuerdo de este de los ataúdes voladores. Me alegro que lo hayas terminado. Porque además, le has dado una conclusión perfecta. Intriga y tensión hasta el último segundo en una historia inquietante, con un final no menos estremecedor. Por cierto que, en esa última frase, se entrevé cierta pasión por los clásicos, ¿Eh?
    En cuanto pueda me voy a leer lo siguiente que has publicado... A lo mejor, está misma noche. Hasta entonces, un beso grande
    Encantado de leerte de muevo

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    1. ¡Hola, Isidoro!Qué bueno saludarte de nuevo.
      Si es verdad que hay momentos o rachas no demasiado buenos y que te hacen alejarte un poquito de todo, ya ví también por tu blog (al que tengo pendiente escribir varios comentarios) que también estabas bajillo de ánimos, ¡espero que ya estés más animado!
      Me alegro muchoq ue te haya gustado mi relato,pero, ¿sabes? No me he quedado del todo satisfecha con él. No sé... Quiza es que yo sola me como demasiado la cabeza. Los temas oscuros siempre me han llamado la atención, ¿y quién sabe si una fuerza desconocida para la mayoria del mundo fuera en realidad la que lo mueve? Esas teorías conspiranoides nunca moriran!
      Un abrazo, amigo! Y encantda de tenerte de nuevo por aquí.

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  2. ¡Hola, Ana! ¡Cuánto tiempo sin verte por aquí! Menos mal que, de vez en cuando me sigo metiendo en tu blog para ver si has vuelto a publicar... ¡Y me encuentro nada más y nada menos que con tres publicaciones nuevas!
    Me ha gustado la conclusión del relato. Describes muy bien las sensaciones del joven cuando coge la cabeza (no sé por qué, pero me ha recordado a Lovecraft) y el final me ha encantado por su horror y crudeza.
    Cuando pueda, vuelvo a echarle un vistazo a los otros relatos.
    ¡Un abrazote!

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    1. ¡Hola, amiga!
      ¡Sí! Ya era hora que despolvara el blog, ¿verdad? Las cosas de la vida, hija...
      Me alegra mucho que te guste el final, realmente pensaba que no terminaba de causar la sensación que quería trasmitir, ese choque final. Y, por supuesto, todo un honor que al menos te haya recordado en algo a Lovecraft, ¡para mi es todo un alago!
      ¡Siempre serás bienvenida por aquí!
      ¡Un besote!

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